Cuando las economías no presentan buen desempeño real y no llenan las expectativas de los habitantes durante períodos prolongados, debido por ejemplo al bajo crecimiento económico, alto desempleo y elevada informalidad, no es infrecuente que se culpe al banco central. Las presiones tienden a acrecentarse con el propósito de suavizar la política monetaria, ya sea mediante la reducción de las tasas de interés, o el incremento de la masa monetaria. Cuando la situación persiste y es más complicada, las recomendaciones se tornan mas microeconómicas y específicas para beneficiar a ciertos sectores en particular.
Desde antes de la pandemia ya había algunos sectores que clamaban por modificar la Ley Orgánica del Banco Central de Costa Rica (BCCR) para asignarle dentro de sus principales objetivos no solo el control de la inflación, sino también el crecimiento económico. En los últimos años la economía nacional ha perdido dinamismo y no genera las oportunidades de empleo que demanda la población. Con el recrudecimiento de las dificultades consecuencia del desequilibrio fiscal y la pandemia, las presiones se han multiplicado. Como parte de esas acciones se ha sugerido utilizar parte de las reservas monetarias internacionales; brindar liquidez a los mercados de valores y pensiones y hasta financiar a personas, empresas y al gobierno.
En hora buena muchos economistas, autoridades del BCCR y hasta el Presidente de la República, se opusieron al uso de las reservas monetarias. El BCCR no cuenta con sobre abundancia de divisas para cederlas al Gobierno Central, aparte de que son claves para intervenir en ciertos momentos en el mercado cambiario y generar confianza. Así se ha hecho en muchas oportunidades y particularmente durante el año pasado cuando se perdieron casi $1.700 millones, a pesar del ingreso de cerca de $1.500 millones de préstamos multilaterales. De los $7.200 millones de reservas monetarias, alrededor de $3.000 millones corresponden a depósitos de los intermediarios por concepto de encaje legal. Si se utilizaran parte de ellas, las calificadoras de riesgo inmediatamente bajarían los ratings de los bonos soberanos; muchos inversionistas sacarían sus capitales y habría una gran presión en el mercado de divisas, que no podría sostener el BCCR.
En cuanto al uso de la emisión monetaria no se ha tenido el mismo celo ni cautela. Durante el año pasado se siguió una política monetaria muy expansiva que se reflejó, entre otros, en bajísimas tasas de interés, adquisición de títulos fiscales en el mercado secundario y redención de bonos de estabilización monetaria. Efectivamente la tasa media de política monetaria está apenas en 0.75%; se adquirieron ₡250.000 millones en el mercado secundario en el mes de octubre y el año terminó con una disminución en las operaciones de mercado abierto de ₡292.339 millones (15,2%). Como consecuencia, los principales agregados monetarios crecieron a tasas aceleradas, donde destaca el medio circulante con un incremento del 30,9%.
A juzgar por las decisiones recientes, este año continuará la política monetaria súper expansiva. En los últimos meses la Junta Directiva aprobó sendos acuerdos para otorgar financiamiento a los intermediarios financieros, primero por ¢700.000 millones y mas recientemente por ₡142.887 millones, para un total de ₡842.887 millones. Esto constituye emisión monetaria pura y constante; representará más de un 50% del saldo observado a fines del 2020. Siempre se creyó que el BCCR estaba suficientemente blindado para evitar crecimiento tan acelerados de la liquidez. Incluso un expresidente del BCCR manifestó en algunas oportunidades que la institución no contaba con suficientes palancas.
La utilización de la emisión monetaria en exceso (helicóptero monetario) es controversial; algunos la favorecen bajo circunstancias muy particulares: puede frenar la caída de precios si existe deflación; puede estimular la demanda si existe recesión y el dinero se gastara; no genera inflación si se hace de forma controlada. No obstante, se mencionan algunas desventajas: los gobiernos pueden volverse dependientes de ese financiamiento; crea inflación si no se hace correctamente; no sería efectiva si los consumidores no gastan ese dinero (lo ahorran); es una política muy arriesgada y difícil de ejecutar de forma adecuada.
La experiencia de la mayoría de países cuyas monedas no son reconocidas como divisas de aceptación internacional, no han sido positivas. La mayor circulación de moneda local podría, en un principio, no causar problemas financieros; posteriormente conforme la desconfianza se incrementa tiende a elevar la demanda de bienes, servicios y hasta divisas. La mayor presión de demanda global eventualmente incrementa el tipo de cambio, la inflación y las tasas de interés. Buena parte de la crisis que experimentó Costa Rica a principios de los ochenta se atribuye a las facilidades que otorgó el BCCR para financiar al gobierno central, a otras instituciones y hasta a personas físicas y jurídicas. Para dilucidar algunas de estas inquietudes, quizás sea recomendable una explicación detallada del BCCR.
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