Volver a lo mismo ya no es suficiente

En la coyuntura actual, la mayor parte del tiempo, la discusión a nivel político versa sobre ¿cómo lograr la estabilidad macroeconómica, resolviendo la grave situación fiscal?, así como sobre ¿cómo reactivar la economía? En mi opinión estas dos preguntas son muy importantes, pero no deberían ser el único eje de la discusión. En primer lugar, la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria pero insuficiente para lograr un crecimiento alto, sostenido, inclusivo y sustentable. En segundo lugar, la reactivación puede verse como la forma de volver a la senda de crecimiento pre-pandemia, la pregunta acá es ¿es esto lo que queremos? y más aún ¿es esto lo que necesitamos? La respuesta es claramente no. En los últimos 25 años, antes de la crisis actual, la economía costarricense ha crecido en promedio por año a una tasa del 1.2 por ciento (en términos del producto interno bruto -PIB- per cápita), la cual implica que el país requerirá más de tres décadas para duplicar el nivel de ingreso por habitante del 2019. Para reducir este tiempo a tan solo una década, como lo han hecho otros países de reciente desarrollo, Costa Rica requeriría alcanzar una tasa de crecimiento 6 veces mayor (7%). Ahora bien, si esa tasa se considera muy alta y poco realista a corto plazo, para duplicar el ingreso en dos décadas entonces deberíamos crecer al 3.6% por año, es decir, 2.4 puntos porcentuales más por año a lo que veníamos creciendo antes de la pandemia. Además, si se toman en cuenta la difícil situación económica por la que atravesamos y el sombrío panorama mundial, la posibilidad de reactivación y crecimiento futuro de la economía costarricense no pareciera ser muy prometedora, a no ser que se avance de manera significativa en una transformación productiva basada en el conocimiento.

Cabe recordar aquí el señalamiento del Premio Nobel de Economía, Paul Romer, al indicar la importancia de enfocar la política pública en el crecimiento de largo plazo y no solo en la atención a los ciclos económicos, como por ejemplo la crisis provocada por la COVID-19. Romer plantea que, de acuerdo con la teoría económica, hay otro proceso subyacente al ciclo económico, diferente a lo planteado por el modelo keynesiano (fomento de la demanda): el proceso de descubrimiento e innovación. Es este proceso el que genera mejoras a largo plazo en el nivel de vida de las personas.

Debe recalcarse una vez más que los países que han logrado transitar desde ingresos medios a ingresos altos, tales como Corea, Estonia, Finlandia, Irlanda, Singapur, entre otros, lo han hecho gracias a producir bienes y servicios de mayor valor agregado, para lo cual transformaron sus economías incrementando significativamente sus capacidades domésticas de innovación y mejorando su productividad. Cabe recordar que, en la mayoría de los casos, estos países, hicieron las transformaciones de sus economías partiendo de situaciones de crisis. Por ello, lo que hagamos en el corto plazo para atender la pandemia y recuperar la senda del crecimiento, afectará positiva o negativamente las posibilidades de crecimiento a largo plazo. Es demasiado lo que está en juego.

Debemos entender y convencernos de que la limitada capacidad de innovación, resultante de la poca incorporación de conocimientos y recursos tecnológicos, es la causa fundamental de la baja productividad y del pobre crecimiento económico en Costa Rica, junto con otras políticas inapropiadas para el crecimiento de la productividad. Este es el principal resultado de un reciente estudio en el que participé, el cual ha sido publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo (https://publications.iadb.org/es/confrontando-el-reto-del-crecimiento-productividad-e-innovacion-en-costa-rica). En dicho estudio, además, se señalan los desafíos clave del crecimiento para Costa Rica.

Entre los principales desafíos que afronta la economía costarricense se encuentran la baja y divergente productividad del país, aunque ésta ha venido mejorando en los últimos años; la dualidad de la economía, que impide el desarrollo de importantes encadenamientos productivos; el entorno desfavorable que enfrentan las empresas domésticas versus las empresas multinacionales; la falta de crecimiento en el aparato productivo local; y los obstáculos a la movilización de los factores hacia los sectores más productivos. Asimismo, se incluyen como retos clave la baja inversión en investigación y desarrollo (I+D) y su énfasis en áreas de curiosidad de los investigadores en lugar de atender necesidades del aparato productivo; además de la falta de incentivos que apoyen apropiadamente los esfuerzos de innovación de las empresas con mayores capacidades internas, mayores capacidades de vinculación para innovar y mayores esfuerzos en materia de innovación. Por estas y otras razones, los autores concluimos que la política de innovación en Costa Rica es un espejismo.

Para atender las debilidades encontradas, se plantean una serie de recomendaciones de política tales como mejorar la conformación e interacción entre los actores del sistema nacional de innovación, atacando todas aquellas fallas de mercado y de gobierno que impiden avanzar en dicha dirección. Asimismo, se plantean sugerencias en los campos de desarrollo del capital humano, generación de nuevas fuentes de financiamiento para emprendimientos, desarrollo de clústeres y promoción de encadenamientos productivos, todo lo cual favorecería la inclusión social y una mayor equidad en el crecimiento económico. Además, se señala la importancia de mejorar el marco institucional en sus diferentes dimensiones, para garantizar el eficiente diseño, implementación, monitoreo y evaluación de tales políticas. Y por supuesto, la necesidad de alcanzar la estabilidad macroeconómica.

La pregunta que yo me hago ahora es ¿quién, desde el Gobierno y los actores políticos, le pone el cascabel al gato? Somos pobres por elección, no por destino. Mucho menos por carecer de recursos y de gente con talento. El modelo de desarrollo actual, tantas veces alabado, pese a ser basado en un sistema democrático, no alcanza por sí solo para resolver los desafíos económicos, los cuales son de carácter estructural. Si el sector privado no aumenta su capacidad innovadora e incrementa su productividad, no hay creación de riqueza…así de simple. Y para ello, requiere del apoyo del sector público y de la academia con instituciones y políticas coherentes con este doble objetivo.

Conviene tener presente que, así como a inicios de la década de 1980 Costa Rica modificó con éxito su modelo de desarrollo económico mediante una más robusta inserción al comercio internacional, en las actuales circunstancias este país cuenta con importantes activos a su favor, que deberían permitirle llevar a cabo las transformaciones estructurales que requiere para transitar exitosamente hacia una economía de mayores niveles de bienestar, más equitativa y sustentable. Entre estos activos, cabe destacar su democracia, estabilidad política y espíritu solidario, así como la institucionalidad en temas de comercio internacional (atracción de inversión extranjera y promoción de exportaciones), su capital humano y su reciente adhesión a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Desaprovechar la crisis para lograr consensos que nos permitan como sociedad avanzar en la dirección correcta, condenaría a nuestros hijos, nietos y descendientes, a vivir en un país estancado y con serios problemas sociales.  

Es necesario establecer los fundamentos para una recuperación post-covid-19 que garantice la estabilidad macroeconómica, pero mas importante aún, una sociedad más próspera e inclusiva a largo plazo. Y para ello, cabe tener presente que no es posible crecer más, de forma sostenible, equitativa y sustentable, sin innovación y mejora continua de la productividad. No hay otro camino.

PhD. Ricardo Monge
Socio Consultor Ecoanálisis
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